Trabajar en una pieza escultórica para un simposio dentro de un cementerio, con un tema tan profundo como la trascendencia, fue un maravilloso desafío. Desarrollar una obra en un entorno de recogimiento y contemplación junto a un grupo de artistas compañeros de ruta y esfuerzo, solo lo hace más grato.
En tiempos pasados la importancia de las ciudades —y de los ciudadanos que las habitaban— se delataba por la cantidad y calidad de las obras escultóricas emplazadas no solo en sus plazas y avenidas, sino también en sus cementerios, transformándose muchos de ellos en verdaderos museos.
Quería interpretar el viaje. La vida y la muerte tienen que ver con el paso hacia otro destino. Sé que después de la vida viene algo más y este ser está mirando directo hacia el cielo. La verdad es que crecí muchísimo con esta experiencia; poder compartir con mis colegas y plasmar una obra es lo máximo.
La conexión entre los colegas y el intercambiar conocimientos nos enriquece y nos renueva sobremanera, considerando que la mayoría de los escultores trabajamos como ermitaños en nuestros talleres. El vernos y ayudarnos nos enriquece y nos recuerda que no estamos solos en este mundo pétreo.
Durante el proceso se logró una sinergia y empatía con todos los artistas que participamos al igual que con los miembros de Nuestros Parques. En lo personal pude disfrutar mucho del trabajo, ya que la presión que conlleva realizar la obra contra el tiempo es muy buena, y es una experiencia para repetir.